Cada vez pienso que la diferencia que separa mi generación de la de mis padres es mayor, y no solo lo digo en base a mi experiencia personal o a las diferencias que he podido notar respecto a mis padres, lo digo después de observar cómo actúa y piensa la gente de mi edad de forma individual y colectiva. Es verdad que esto sucede entre todas las generaciones, pero en este caso los contrastes se acentúan. Estoy hablando de los que ahora nos encontramos en la veintena y tenemos padres que están entre los cincuenta y setenta años.
Como en todas las generaciones existen similitudes en lo que se refiere a los objetivos, sueños y expectativas de vida, pero la diferencia radica en el medio, en como manifestamos nuestros problemas, nuestra disconformidad con el sistema y en como la manifestaban nuestros viejos. Se acabaron las octavillas y los discursos improvisados en cualquier lugar, ahora (y desde hace tiempo) el soporte es internet, nuestra bandera y canal de transmisión, una teórica ventaja para nosotros.
¿Pero hasta que punto internet puede ser un medio para cambiar las cosas? ¿qué suena con más fuerza un grito en la calle al método tradicional de nuestros padres o un grito en internet? obviamente el grito en internet llega a mucha más gente que en la calle, ¿pero podemos decir que es igual de directo y efectivo? Yo no lo creo.
Hace unas semanas, después de salir del cine y ver la última cinta de David Fincher, The Social Network, tuve la sensación de que había visto algo cercano y diferente, y es que acababa de ver la primera película que representa la que puede ser mi generación, como lo hizo Rebelde sin causa en los 50, Easy Rider a finales de los 60 o Regreso al futuro en los 80 con sus respectivas generaciones. Y es que trata, entre otras muchísimas cosas, del camino hacia el triunfo en el mundo actual, del potencial de la innovación y especialmente de nosotros, los que hemos crecido en la era digital. Queda claro que para los negocios el ciberespacio es la clave, sin embargo no pasa lo mismo si tratamos de mejorar el mundo utilizando el teclado.
Como consumidor habitual de la red, leo a diario críticas constructivas que de seguro mejorarían el sistema e iniciativas brillantes que harían nuestra sociedad mejor, el problema es que todas estas aportaciones acaban siempre cayendo en saco roto. A esto es lo que se le llama activismo de sofá, o “mucho ruido y pocas nueces”.
Iniciativas como Actuable, una web que permite enviar propuestas y peticiones de denuncia que posteriormente se convierte en listas de firmas, parecen ideales ¿pero son realmente efectivas? Creo que internet no es igual de útil para reivindicar cosas que para los negocios, y que la única forma de cambiar el mundo es levantando el culo del sofá porque todavía no he visto ninguna manifestación convocada a través de Facebook que supere la mitad de asistentes que inicialmente estaban apuntados.
La última protesta de los internautas, el ataque de Anonymus a las webs de la SGAE y cultura suponen una anomalía en el activismo en la red. Y es que en este caso el grito llegó a los medios de comunicación de masas, que son los que realmente tienen la voz, mediante la cual transmiten supuestamente las inquietudes de la gente. Digo supuestamente, porque en la mayoría de casos las preocupaciones de la gente son las que a ellos les interesa que sean y no las reales.
Internet es útil para expresar opiniones y proponer iniciativas, pero por mucho que gritemos a través de la red no nos escucharan si no hacemos algo más en el mundo real. Es más, internet es excesivamente cómodo, como un sofá, por eso nos quedamos en casa.
Lo sé, este artículo también es activismo de sofá, formo parte de aquello que denuncio y de lo que es imposible escapar. Muy triste, entonces.



